Friday, September 7, 2007


Manuela no me conoce. Quizá me haya visto una que otra vez pasar a su lado, pero nunca hemos cruzado palabra. Ella va por la vida con un andar despreocupado, y una trenza larga que le llega hasta la cintura; más cuando se suelta, libera una melena rebelde y aventurera tal como su espíritu caribeño. Manuela, de piel canela y sonrisa sincera, me cae bien. Quizá en otras circunstancias me hubiera pasado desapercibida y no estaría yo escribiendo acerca de esta chica del montón que ni siquiera me conoce. Pero es que apenas entrar al estudio de baile, el ser de Manuela se funde con la música y un aura etérea la rodea. Es imposible no notar su presencia. He visto bailarinas excelentes pero en funciones públicas donde actúan para la concurrencia. El bailar de Manuela es distinto. Es su desahogo, su furor y su euforia. Manuela baila para sí misma. Su cuerpo responde al llamado musical de una forma espontánea. Caderas, hombros, piernas y manos se contonean en deliciosa armonía siguiendo el ritmo de la melodía. No importa el compás; Manuela cadenciosa, sigue la música en un trance espiritual.
La observo a distancia. El reflejo de su imagen en el espejo es mi guía para intentar seguir los pasos de la clase. Yo, a diferencia de Manuela, soy una muñeca de alambre. Mis piernas tiesas no responden a la música y carezco del control para mover mis hombros, caderas y abdomen. Ella baila indiferente al escrutinio de mi mirada y ajena al hecho de que apenas entrar al estudio de baile, se convierte en mi fuente de inspiración.