Sunday, June 29, 2008

El Bloguero Aventurero

¡Hola Lulita!

Hoy es domingo y el último de junio. El mes se pasó volando, y digo "volando" en el sentido literal de la palabra.

Antenoche, regresé de un largo y exótico viaje y dada la hora de llegada, no encontré alojamiento en ningún hotel, ni siquiera en uno de esos de media estrella y a último momento recordé que tenía la llave de tu blog. Pues bueno, me fuí derechito para allá y aquí estoy pasando este último fin de semana, antes de partir ésta noche y regresar a mi casa. Con tu permiso, me sirvo una que otra copita de algo bueno que tienes en tu bar.

Brevemente te cuento de mis aventuras. Estuve en Liliput, un lugar mágico que sigue siendo como tal, porque no aparece en la guía Michelin de ningún país. Liliput está lleno de gentecita de bajísima estatura que no llegan a los ocho centímetros y son ferozmente territoriales. Tanto mi compañero de viaje, el señor Gulliver, como yo, fuimos atacados con una lluvia de flechas tan nutrida, que tuvimos que ayudarnos mutuamente a sacárnoslas con pinzas. Sobra decirlo, pero el proceso fue largo,demorado y un poquitín incómodo. Poco después llegamos a saber que nos habían atacado porque ante los ojos de los liliputenses, éramos gigantes, y se sentían empeligrados por nuestra presencia. Les hemos enviado un mensaje de disculpa por haberlos asustado, así como también una compensación econónomica por el cuantioso uso de miles de flechas empleadas durante el ataque.

Dos días después, llegué a casa de un señor francés, llamado Jules (Julio para nosotros los Totonacas). Resulta que Jules (de apellido Verne), tiene un submarino muy sofisticado y como acto de su gran amistad, le pidió al capitán Ninguno (Nemo en Latín), que nos llevara a "dar una vuelta en el mar". Nemo es más vivo que un tiburón hambriento, pero hay que concederle crédito por sus avanzados e innovadores conocimientos marinos.

Después del viaje en submarino, Jules me llevó a otros lugares donde estaba programando varias actividades atrevidas para la época, tales como viajes en globo alrededor del mundo, una excursión al centro de la Tierra, y hasta un viaje a la Luna. Tengo que admitir, que pese a su creatividad y sofisticación, quedé algo abrumado con todo ello.

Decidí regresar en barco y durante la travesía, me topé con un tal "Mr. Christian" que junto con otros marineros ingleses, se habían refugiado en una isla en medio del océano, cuya existencia ignoraba el almirantazgo británico. Si mal no recuerdo, creo que la llamaban Pitcairn. Cabe mencionar que todos parecían ser un anacronismo.

Continuando con el viaje en barco, hubo uno que otro contratiempo, uno de ellos fue el de un témpano de hielo desprendido del casco polar, que en la íngrima soledad de esa noche de abril, rasgó el casco del buque, hundiéndolo en las gélidas aguas del Atlántico, llevándose consigo a más de mil quinientas almas al fondo. Afortunadamente, pude aferrarme a un fragmento de pecio que me salvó la vida.

Por fín, después de tanta demora, pude llegar a Suiza en donde todos hablaban de las proezas con ballesta de un señor llamado Tell, a quien el monarca pidió que comprobara su destreza mediante la colocación de una manzana sobre la cabeza de su propio hijo. Aceptando el reto, el señor Tell tomó dos saetas y apuntó sobre la manzana, acertándole exactamente en su centro. El monarca sorprendido le preguntó que si se consideraba tan experto, por qué había tomado dos saetas. El señor Tell le respondió que era porque si fallaba con la manzana, la segunda saeta sería para el corazón del monarca.

Al cúlmino de la escena, sentí un gran dolor de cabeza que me despertó, y entonces fue cuando me dí cuenta de que me había bebido los contenidos de la botella de tu bar, ¡y no había salido a ninguna parte!

En todo caso, gracias por permitir mi estadía. He aseado todo y lo dejo limpio como ha de ser. Por último, a vuelta de correo, recibirás justa compensación por mi consumo etílico.

Tu amigo de siempre,

André

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