Wednesday, April 6, 2016

Palabras



He tenido abandonado este sitio por la falta de disciplina. Aquí incluyo el segmento de un cuento incompleto que todavía no sé hacia donde me lleva… Saludos.

Nadie se dio cuenta cuando empezó a leer en voz alta.  

Empezó a leer en voz alta porque decía que las palabras se le escapaban entre los laberintos del cerebro. Corrían más rápido que su pensamiento y no lograba atraparlas. Pensó que si las tenía desperdigadas por la casa, sería más fácil echar mano de ellas durante sus sesiones de escritura.  Como tiras de pasta a medio coser, quería ver las palabras embadurnando las paredes, y fue culpa de Guillerom Jimenez pues empezó con el poético libro de Zapotlán. Después siguió con la Biblia, Cien Años de Soledad, El Corazón de Piedra Verde y una traducción mal hecha de Ana Karenina.  Se le quedaron las palabras sosas y descompuestas sobre la superficie de las paredes y no alcanzaba a ver aquellas bien puestas de las primeras lecturas, como cuando una nube negra cubre el cielo diáfano y no le quedó más remedio que volver a leer a Guillermo Jiménez, como quien lava la mugre de una mesa y pone un mantel nuevo para vestir la casa de fiesta.  Se le quedaron clavelina, cabala, caminchin, mistela, y otras palabras domingueras, pero también disfrutó de la harmonía musical de las oraciones bien formadas como un canto sacro,  a veces las veía sensuales como curvas de mujer desnuda. 

Los familiares que debieron preocuparse por ella un poco más no lo hicieron y con el tiempo, ella fue perdiendo el contacto con la realidad y se fue hundiendo en un pozo de palabras del cual no podía salir.  Dejaba al marido solo en el lecho matrimonial porque a la media noche se le iba el sueño y procedía descalza a leer en voz alta en la cocina, la despensa y hasta en la lavandería.  Después seleccionaba las palabras y las colgaba de las ventanas, las paredes, las puertas y hasta de los focos. Cuando finalmente admitieron que algo estaba mal, ya no hubo marcha atrás.

3 comments :

Anonymous said...

Has despolvado neuronas que ha mucho tiempo olvidé que tenía. Conocí bastante bien a Filomena Puertas, afectuosamente conocida como “Filo”, aquel personaje a quien fielmente describes.

Recuerdo con absoluta claridad la noche en que Domenico Puertas, su marido, me recibió en su casa con brazos abiertos y efusivamente me condujo a la sala después de haberme recibido la gabardina que yo traía puesta para repeler los obstinados chaparrones que temprano por la tarde comenzaron a acosar la ciudad.

Filomena, quien ignoró completamente mi presencia y ni siquiera se percató de que ella misma me había invitado a cenar la semana pasada, estaba sentada en una silla mecedora, tarareando algún sonsonete de dudosa proveniencia al mismo tiempo que se enfocaba en la foto de “Pecas” colgada de la pared, el dálmata que por motivos ignotos Filo tanto quiso.

La cena fue evento callado: comimos en silencio los platillos caseros preparados por Rosa, la cocinera que venía tres veces a la semana, y tras haber debutado delicioso festín posteriormente acompañado de un exquisito oporto Warre’s de reserva 1963 y un fragante puro dominicano de sobremesa, Domenico lenta y tristemente comenzó a despepitar su reservada tristeza.

Me dijo que Filo ya no era la misma de antaño. La pobre había quedado permanentemente traumatizada después de que una fuga de gas en su antigua residencia, creara una gigantesca explosión e incendio que parcialmente consumieron la casa y totalmente volaron la biblioteca de su tercer marido, la cual contenía más de dos mil libros clásicos.

Agregó también que para cuando llegaron los bomberos, la casa estaba en llamas y a su entorno, como copos de nieve, revoloteaban en el aire nocturno miles de pedacitos de papel provenientes de los libros destrozados en la explosión de la biblioteca y que Filo desesperadamente recogía del aire, como intentando rescatar aquel patrimonio literario que ahora era posesión de los cuatro vientos. Por eso ella después de haber recolectado todos los que pudo, los pegaba por doquier, en las ventanas, las paredes y las puertas.

El dálmata, fiel acompañante de los bomberos, era empleado para calmar a los fogosos caballos que tiraban del coche que llevaba el tanque con agua para apagar los incendios.

Filo jamás supo que el heroico cane fue víctima de la gran conflagración, no obstante pudo encontrar un trocito de papel con la palabra “héroe”, la cual pegó sobre el marco con la foto de “Pecas” sin saber por qué.

Pepe G.

Lula Rules said...

Recorcholis, repampanos, atiza - Me has dejado impresionada con la gran imaginacion que tienes para responder a mis entradas. Que bello cuento!!!
Saludos

Anonymous said...

Lo hice con la intención de estimular el cuento y si en algo te inspira, entonces que te aproveche.

Pepe G.