Thursday, January 7, 2016

Enero 7...


 

Hoy amanecí sombría, pensando en mis muertos. Hay un dicho que dice: enero y febrero, el desviejadero. Mis abuelitos y mi papá murieron en Enero. De hecho mi papá murió un 7 de Enero hace 31 años, y mi abuela el mismo día que él pero tres años antes.  Siempre decimos que ella vino por él y cada 7 de enero se nos pone la carne de gallina. Mi abuelita era muy devota de San José y solía decir que San José nos avisa cuando nos llega la hora, que se escuchan tres toques en la puerta y que ella nos iba a avisar. Abuelita, ¡todavía no!

Otra cosa que quizá no sepan de mí es que me encanta recordar tanto a mis muertitos que marco las fechas en que fallecieron con una cruz en el calendario. Como si fuera un aniversario.  Mi esposo dice que soy una macabra.

Además debo confesar que me gustan mucho los panteones, pero sólo de día. De noche me dan terror. Las visitas al panteón de Dolores durante mi infancia, son un recuerdo bastante agradable. Siempre había una brisa que movía las hojas de los árboles y generaba un lindo tono arrullador.  En el silencio de aquellos andadores larguísimos se escuchaban los pájaros, las cigarras y los grillos.  Cuando entrábamos a alguno de los Mausoleos se sentía un gran fresco, como si estuviéramos en una cava, y nuestras voces reverberaban con el eco.  Mis hermanas y yo nos entreteníamos paseando y viendo los diferentes monumentos de ángeles llorando, o envolviendo algo muy preciado entre sus alas, como en un gesto de protección. Los monumentos más antiguos eran los más ornamentados y bellos. Me gustaba leer las inscripciones y saber quién estaba enterrado allí. Por aquellos tiempos mi ciudad era muy pequeña y las familias se conocían entre sí.

Mi sobrina, quien es un poco más supersticiosa que yo jura que los muertitos se convierten en ángeles, y que su ángel de la guarda fue un niño llamado Daniel que murió en Chihuahua a principios del siglo XX.  Tan segura está de eso que fue a consultar al administrador del panteón y buscar en las actas para encontrarlo.  Yo pienso que los ángeles son ángeles y los muertitos son muertitos y no hay ninguna conversión al llegar al más allá.  Mi amigo Pepe G. ¿Creerá en los ángeles?

Pero bueno, hoy como cada siete de enero recuerdo de entre todos mis muertos, a mi abuelita y a mi papá en especial.  Fueron parte importante de mi vida y ya no están. Lo cual me recuerda el final de una canción de Juan Manuel Serrat:

Si yo pudiera unirme
a un vuelo de palomas,
y atravesando lomas
dejar mi pueblo atrás,
os juro por lo que fui
que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio
y no nos dejan salir del cementerio.

1 comment :

Anonymous said...

¡Hola querida amiga!

Entiendo tu lúgubre sentimiento que se apodera de tí como pulpo gigantesco de antiguas fábulas marinas, abrazándote con sus tentáculos e intentado engullirte y llevarte al fondo de la penumbra submarina. La continuada presencia de nubes grises que encapotan nuestro anhelado cielo azul son las culpables de ello: ¡ignóralas, que en menos que cante un gallo, Helios será el vencedor y una vez más nos acariciará con sus fulgurantes y cálidos brazos, y con ellos disipando la negrura y la tristeza!

Sí, yo también recuerdo a mis muertos —que hasta por cierto, en cantidad, dominan a los vivos— y cuya memoria atesoro como el arcón que yace en el fondo del mar con su fabuloso tesoro y su mito mágico.

¡Ja, ja, ja, dices que ¿te gustan los panteones? Interesante observación, porque cuando niño yo pasaba horas enteras leyendo epitafios, lápidas, fechas y nombres en el Cementerio Central— y de vez en cuando una que otra mirada al foso de los indigentes, que envueltos en mortajas blancas, parecían momias egipcias listas para darme una lección en cómo apuntar al norte o al sur mientras yacían acostadas—, pero una persona sabia me dijo una vez que no debemos temerle a los muertos sino a los vivos, y desde entonces jamás le volví a temer al cementerio y sus tumbas de noche. ¡Qué suerte la mía en toparme con esos filósofos!

Los números cinco, siete y trece son mis predilectos y muy favorables para mi, no porque practique la numerología, sino porque de pura casualidad cosas muy agradables se me han manifestado en su presencia.

Por último, la letra de Serrat tiene cierto sentido romántico, no obstante los muertos no están en cautiverio, sino que simplemente están muertos y el no salir del cementerio es nuestro propio temor infundido desde la niñez: ¡si gustas, te tengo el portón abierto para que pases tranquila y mañana durante el desayuno comparamos apuntes sobre el epitafio ganador de esta noche!

¡Que sueñes con los angelitos!

Pepe G.