Tuesday, January 19, 2016

Viaje de noche en autobús...


Olor a Naftalina y tabaco, a desodorante barato…asientos de terciopelo guinda, gastado…resortes que crujen bajo nuestro peso…el motor diésel zumbando y acelerando las revoluciones por minuto antes de sucumbir al cambio de velocidades, le sigue un suspiro, un descanso….el chofer de turno impecable en camisa blanca almidonada de manga corta, con su apellido bordado sobre el margen del bolsillo izquierdo.  La corbata delgada azul marino hace juego con el pantalón.

No me atrevo a abrir la ventanilla por temor a molestar a mis compañeros pasajeros, casi todos duermen. Es más de la media noche y no hay luna ni estrellas. Nos desplazamos por una carretera desértica, de vez en cuando un tráiler viene en sentido contrario y nuestro chofer le hace cambio de luces para saludarlo.  Por la ventanilla desde el asiento 14 no se ve absolutamente nada. Bien podríamos estar viajando por el espacio sideral. La negrura de la noche se ha tragado todo a nuestro rededor. Cuando el sol salga, podremos ver los campos fértiles y las rancherías, pero ante mis ojos cansados, el vacío de la noche deja todo a mi imaginación. En la distancia se ven alguna luces tintinear, como si fueran veleros en una laguna de agua mansa. 

El chofer disminuye la velocidad.  Estamos entrando a un poblado.  Me pongo de pie y usando los respaldos de los asientos como pasamanos llego hasta el frente del autobús. Intercambio un par de palabras amables con el chofer y me coloco en el primer escalón como si estuviera en el balcón de un barco; desde allí puedo ver la ciudad dormida desplazarse frente a mí, aunque en realidad, soy yo quien viaja.

Como niña bien, mis padres no me dejaban salir de noche, y mucho menos sola.  Desde este punto estratégico del autobús, puedo disfrutar el encanto nocturnal de estos pueblos cuyos nombres nunca conoceré. Callejones vacíos, puertas cerradas, ventanas oscuras, anuncios publicitarios: notario público, dentista, “se arreglan planchas”, tacos de barbacoa, mercería, zapatería, forraje.  Escuela de comercio, academia de baile. En la plaza vemos a tres barredores municipales y un gendarme.  La iglesia está iluminada y una brisa mece las copas de los árboles en una glorieta. Doblamos por una calle angosta, donde el autobús apenas cabe, el chofer vuelve a bajar la velocidad y el autobús resopla.  Casas y casas al ras de la acera. Sus dueños totalmente ajenos y desinteresados a nuestro paso por ese pueblo. Yo imaginándome cómo será la vida detrás de esas puertas, los sueños de sus habitantes, sus amores. En una casa de dos pisos, se alcanza a ver el destello de un televisor detrás de las cortinas de tul. Algún desvelado igual que yo. 

Viajar en autobús de noche, siempre ha tenido un encanto especial para mí. Me abre las puertas a un reino único, el cual no puedo habitar ni de día, ni conduciendo, ni como peatón. Llena mi imaginación de miles de ideas y fantasías.  Es una aventura pasiva, creativa y esplendorosa.

 

 

2 comments :

Anonymous said...

Bien describes amiga las experiencias de la diligencia moderna que son muy paralelas a las mías:

Olor a humo de leña en las ruanas (ponchos) de los viejos campesinos, con sus sombreros polvorientos y deformes y la inevitable banda de sudor con un tono más oscuro que el mismo sombrero. Caras secas e inmutables durante la demora de la travesía, que simultáneamente se mecen con el vaivén de las irregularidades en la carretera. Señoras acuerpadas y semi dormidas con un busto expuesto dándole comida a su crío que junto con ella, imitan los movimientos del carruaje que las lleva a su destino ignoto.

Aromas de cilantro, cebolla, tabaco, aguardiente y uno que otro olor de fantasma nuclear que osa acaparar el momento dejándose escapar de la anatomía inferior de algún pasajero desconocido, y que con su manifestación intenta confirmar las proezas de alguien que bien guisa en su casa. ¡Afortunadamente, una ventanilla levemente abierta, nos salva de aquella íntima contaminación atmosférica y de las aspiraciones con consecuencias dramáticas y posiblemente nauseabundas!

El constante chirrido de algún asiento que flojo por la falta de un tornillo, marca el ritmo de la bestia mecánica que apacible se desliza sobre resortes que en ocasión dejan mucho que desear y que muge de vez en cuando a manera de queja por la carga que a sus cuestas porta.

El compás de alguna caja de cartón que atada con una cuerda de fique y embutida en uno de los compartimientos superiores en su eterna cadencia previamente ignorada en el viaje, suena como aleteo de una mariposa de la muerte en lúgubre marcha fúnebre destinada para el futuro no muy distante de uno de los vetustos y muecos pasajeros.

¡Cielos! ¡Que no se me olvide el eterno y constante sonido del radio que el conductor de nuestra nave tiene sintonizado a su emisora predilecta, y que a manera de perico borracho, acosa nuestros oídos con su constante cacareo y música de dudosa proveniencia! Adicionalmente, el preocupante semblante del conductor, que como estatua egipcia y firmemente sentado en su trono, extiende hacia adelante sus brazos de fiel y dedicado cochero, sosteniendo el timón del carruaje que nos transporta a nuestro destino final.

Como última observación, la obligatoria estatuilla de San Cristóbal, patrono de los choferes, está sólidamente asentada al panel de instrumentos y muchas veces rodeada de borlas y cintas multicolores, iluminada con una que otra luz que intentan recrear un altar en miniatura que viaja a 120 kilómetros por hora.

Cuando por fin el vehículo se detiene en nuestra parada, recogemos lo que teníamos en los asientos y los compartimientos superiores, miramos a nuestro derredor, clavamos la vista en el angosto pasillo y con paso acelerado nos apeamos de la nave, como marineros que por primera vez pisan tierra firme tras larga travesía marina.

Y al sentir la dura piedra del paradero bajo los pies, nuestros cuerpos continúan meciéndose a ese vaivén por unos minutos, hasta que el nuevo ritmo de los pasos nos guían al destino final de nuestra llegada y el humo del autobús se desvanece en la oscuridad de la noche.

Pepe G.

Lula Rules said...

Que bonito es viajar por el camino de los recuerdos, y mas bonito compartirlos. Me encantan tus alegorias! Saludos.