Tuesday, November 25, 2014

Correspondencia


Correspondencia

 

Ayer di respuesta a una carta recibida hace casi un año.  Es una vergüenza que en esta era de comunicación instantánea me haya tomado tanto tiempo responder a la misiva.  Quise congraciarme con el remitente y contestar de mi propio puño y letra como se hacía en antaño, pero me tomó once meses tener la disciplina de sentarme y escribir tres cuartillas.  Recordé como de jovencita me carteaba con niñas de otros países de Latinoamérica y la alegría que sentía cuando el cartero entregaba esos sobres de papel cebolla adornados con franjitas del color de la bandera francesa y unas letras azules de molde que anunciaban ‘Correo Aéreo’.

Se me vino a la mente otra carta; una que me enseñaron hace tres semanas, escrita por el abuelo de mi esposo y dirigida a sus cuñados cuando se enteró que su esposa padecía de cáncer en el colón.  La carta, escrita en Marzo de 1949,  quedó nítidamente preservada entre las páginas de un libro. La destinataria de dicha misiva se hizo vieja y murió casi a los noventa años. Cuando los hijos limpiaban sus pertenencias, se encontraron la carta y decidieron regresarla a sus primos, los tíos de mi marido e hijos del remitente. Es una carta escrita por un hombre sencillo y trabajador. Las palabras de un hombre enamorado agobiado por la muerte inminente de la madre de sus hijos.  Ella murió a los seis meses de que se escribió esta carta, y el abuelo de mi esposo falleció en 1963; por supuesto nunca llegué a conocerlo. Sin embargo, por medio de esta carta sencilla y emotiva, se ha ganado todo mi respeto y admiración.  Los textos del celular que utilizamos para comunicarnos hoy en día no surten el mismo efecto.  Otro arte que muere en aras de la tecnología. QEPD la correspondencia antigua.

1 comment :

Anonymous said...

¡Qué emocionate hallazgo!

Personalmente, me deleitan mucho documentos y cartas escritas a mano alzada por puño y letra del escritor —o escribano— quien primero las plasmó sobre papel. Si el documento tiene cierta edad, al leerlo da la sensación de estar practicando arqueología urbana, descubriendo sentimientos escritos con plumas estilográficas y tintas de diversos colores, objetos que hoy en día se consiguen —irónicamente con mayor selección que en cualquier otra época que yo recuerde—, pero que no se utilizan de manera práctica sino en contadísimas ocasiones.

En tu caso particular la carta escrita en lápiz desde Karlstad, Minesota, inmediatamente comunica proximidad con su escritor, porque cada letra y palabra en los rasgos de su mensaje no solo son testamento de su existencia íntima y personal, sino de la profundidad de su sentimiento frustrado.

La escritura era una actividad obligatoria y necesaria para demostrar cultura y comunicación.

Gran parte de mi educación durante los años en los que yo usaba pantalón corto, fue consumida por la lectura y escritura. Los interminables ejercicios caligráficos, las manchas de tinta sobre el papel rayado, con la cabeza agachada y la nariz prácticamente tocando el cuaderno, con dedos muy apretados alrededor del lápiz o pluma, fueron parte de un mundo que esencialmente dejó de existir. Esto me trae a mente un artículo que leí hace un par de días, en el que se comentaba que en Finlandia habían suspendido la práctica de escribir a mano porque la consideraban “inútil”, ya que el mundo moderno está apretando teclas sobre todos los dispositivos de comunicación y por ende anulan la necesidad de la escritura tradicional con la mano.

Yo sigo escribiendo a mano alzada como siempre lo he hecho, no obstante, debo confesar que no solo puedo escribir más, sino mejor y mucho más rápido, al mismo tiempo que editar lo escrito cuando estoy azotando el teclado de mi computadora: en textos kilométricos de traducción, es una bendición.

Aún así, tengo varias plumas, cada una de ella con su carácter específico, que le imparten a mi escritura su linea y rasgo particulares según la floritura exigida por la ocasión, y en algunos casos hasta enaltecen el escrito por el color de la tinta empleada. Me seguiré aferrando a mis plumas como si estuviera en mis últimos estertores caligráficos.

André